UNA ARGENTINA
La última ruptura me ha dejado en la ruina física y mental. Comienzo a levantarme del sofá después de un mes llorando como un gilipollas. ¿Qué pasa? ¿Que los hombre no lloran? ¡Ja! Lo que pasa es que somos tan burros que lo hacemos en casa, a solas y sin gritar ni expeler hipidos histéricos para no llamar la atención de los vecinos. Había días en los que lloraba fuerte, aunque afortunadamente mi vecina de rellano está de viaje casi siempre. Por si acaso, me tapaba la cara con un cojín hasta puntos cercanos a la asfixia, con lo que no terminaba de expeler toda la porquería atascada en el pecho y por la noche no dormía del dolor. Somatizo las putadas que me hacen, lo siento. Llamémoslo falta de afecto. Aunque, por otra parte, estoy acostumbradísimo y hago vida normal: antes me iba de vez en cuando al hospital a que me hicieran un eletrocardiograma para descartar lesiones de corazón. Hoy me doy perfecta cuenta de que todo se arregla con un par de pajas. No hay nada como hacer que la energía emocional descienda hacia lo sexual. Según el tantra yoga, la cuestión es hacerlo al revés: lograr que la energía sexual se convierta en emocional. Pero uno es así de raro y algo hay que hacer para evitar ahogarse en sus propias miserias.
La promotora de mi actual debacle ha sido Carola. Una argentina con un grado de neurosis alucinante. Su nivel de agresividad contra los hombres alcanza niveles pocas veces vistos desde que Salomé le hizo cortar la cabeza a Juan el Bautista.
(continuará)
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